Viaje al fin del mundo: Galápagos


Decía Kapuscinsky que el viaje nunca acaba, ni se limita a los momentos que pasamos en nuestro destino. El viaje empieza antes, cuando lo preparamos, y continúa después, cuando seguimos leyendo sobre aquello que hemos descubierto. 

Cuando decidí viajar a Galápagos a finales de 2014, no conocía el libro de Vázquez Figueroa, ni tampoco su devoción por las islas. En mi caso, la lectura fue simultánea al viaje. Ironía del destino,  sin haberlo planificado, reproduje la estancia de Vázquez Figueroa en la isla de Santa Cruz y, pese al más medio siglo transcurrido desde que el escritor visitó el archipiélago -como el propio Vázquez Figueroa me ha puntualizado por correo electrónico- he podido comprobar que casi nada ha cambiado desde entonces.

Al escribir el testimonio de su viaje, Vázquez Figueroa hizo un estudio concienzudo de Galápagos, recurriendo al sabio que las descubrió para el mundo -Charles Darwin- y al novelista que inmortalizó para ellas el nombre de Las Encantadas, Herman Melville. Pero la curiosidad del escritor hace que no se limite a recopilar lo ya investigado, y que rebusque en la tradición oral de las islas hasta encontrar historias que enriquecen el mito de un archipiélago que, aún hoy, continúa lleno de secretos. En su libro, Vázquez nos cuenta la historia de la República pirata de Floreana, del loco Oberus, de los alemanes que arribaron a las islas para no marcharse jamás, de los tesoros piratas perdidos en islotes remotos... Y deja que la imaginación de los lectores vuele en busca de nuevos misterios. 

El escritor sufre un proceso de enamoramiento de las islas que comparte con el lector, y atrapa en sus páginas ese halo inexplicable que hace únicas a las Galápagos. En estas islas volcánicas, descubiertas casualmente por un religioso español extraviado, la evolución siguió un ritmo distinto, ralentizado hasta límites inimaginables, y el paso de los milenios en el continente se hizo tan imperceptible para el archipiélago como si sólo hubiesen transcurrido unos minutos. Compruebo que ese mismo fenómeno de "tiempo ralentizado" se reproduce cuando, después de leer a Vázquez, pregunto a los locales por las historias y personajes de los que el autor habla en primera persona. Más de cincuenta años después, las historias siguen vivas en el imaginario de Galápagos. 

Las islas son, por definición, entes aislados. Galápagos, a más de mil kilómetros de cualquier otro lugar habitado, multiplica ese aislamiento, y colma cualquier expectativa de quienes busquen viajar no sólo en el espacio, sino también en la Historia. En el archipiélago, el tiempo es distinto al resto del mundo. 

Admiro a Vázquez Figueroa, tal vez algo infravalorado como escritor de literatura de viajes. Tiene un estilo claro, conciso y sin pretensiones, pero sobre todo un talento especial para exprimir el alma de los lugares que visita. Pero, como se deduce del libro y de sus posteriores declaraciones a la prensa, esta vez ha sido Galápagos quien le ha enamorado a él, exprimiéndole el alma. Un hombre que ha recorrido medio mundo, al que conviene escuchar, afirma que Galápagos es el mejor lugar al que ir, y es probable que tenga razón. 

Pero de eso hablaremos más en profundidad en el post del viaje a Galápagos, ese mundo perdido que seduce a aquellos viajeros que, como Ulises, se atreven a escuchar el canto de sus sirenas.  

1 comentario:

  1. Sin lugar a dudas, este es un estuependo libro sobre la magia que rodea las islas Galápago, un lugar maravilloso

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