La ciudad de los suicidas - Budapest


Hungría carga con la leyenda de ser uno de los países con mayor número de suicidios por habitante. 

Es un hecho sin explicación científica, ni meteorológica, ni histórica. El gran escritor húngaro del siglo XX, Sándor Marái, trató en vano de explicar las causas para, irónicamente, terminar suicidándose en 1989, unos meses antes del acontecimiento que había estado esperando media vida, la caída del Telón de Acero.

Durante mis visitas a Budapest intento descubrir la causa de los suicidios, tratar de entablar una relación de empatía con los húngaros que me permita averiguar qué ocurre en este tranquilo país centroeuropeo, con una de las capitales más hermosas del Continente. Es inútil: sólo consigo encontrar causas por las que no suicidarse. 

Budapest, por ejemplo, es una de las ciudades con las mujeres más hermosas de Europa y, liberal y abierta hasta el extremo, es considerada la capital mundial del cine pornográfico. Con la excepción de los terribles acontecimientos que siguieron a la revolución de 1956, Hungría fue uno de los países que mejor sobrellevó el comunismo en la Europa de la órbita soviética. 

Budapest es una ciudad dependiente del Danubio, que une sus tres partes - la ciudad antigua de Buda, la señorial, nostálgica y decimonónica Pest y la mágica isla de Óbuda- y además penetra en cada calle, con su aroma húmedo y su presencia melancólica. Budapest son tres ancianas que añoran una juventud gloriosa tomando el té junto al río. Buda, la mujer-guerrera de hermosura salvaje y antigua, Pest, la dama de belleza serena y elegante que solía frecuentar los salones palaciegos y Óbuda, la hechicera y amante secreta del Danubio. 

Buda
Óbuda contiene un bosque encantado, y pertenece a esa estirpe de islas de agua dulce que son lugar de nacimiento de muchas ciudades y guardan en ellas secretos antiguos. Óbuda es el origen de la capital húngara, pero su pasado medieval está conservado en Buda, una ciudadela blanca y pequeña enclavada en la cima una colina, desde donde el Danubio puede vigilarse sin miedo a ser devorado por sus aguas. 


El Danubio no es un río en el que se pueda confiar. Según el lugar de Budapest desde el que se le observe, puede ser amante, aliado o león dormido, pero siempre da la impresión de que en cualquier momento puede volverse infiel o traicionero, o despertar como una fiera enfurecida. No es casualidad que sean cuatro leones de piedra los que guardan las entradas del puente más representativo que une Buda y Pest. Agnes me cuenta la leyenda de esos leones:



- El escultor que los hizo- me dice con su español susurrado, como si me contase un secreto - quedó tan satisfecho que, al descubrir las estatuas, desafió al público a encontrar alguna imperfección en su obra. Todos quedaron callados, hipnotizados ante las fieras de piedra, hasta que un niño alzó la voz y dijo: “no tienen lengua”.

El escultor, herido en su orgullo, no pudo soportarlo y se arrojó al Danubio, muriendo ahogado bajo el puente. Dicen que el puente está encantado, y que algunas noches el escultor pasea por él, buscando lenguas para los leones. Y también que los leones abren los ojos de piedra durante un segundo todos los años, el día que se conmemora la muerte de su creador.


El puente de los leones

Ni Agnes ni Szende, dos húngaras de mi edad, saben explicármelo. Ambas son vitales y alegres, les encanta bailar y divertirse, y no conocen a nadie que se haya suicidado. La comida húngara es buena, en especial el gulasch, las sopas en cuencos de pan y el famoso foîe de ganso; la bebida, en especial el vino dulce, tokajl, deliciosa; la palinka, un licor que se toma antes de la comida, está lleno de energía; la ciudad, marcada por el Danubio, repleta de rincones extraordinarios. No hay nada que pueda inducir a alguien en Budapest a quitarse la vida, al menos en apariencia. Y sin embargo... 

Sin embargo, hay algo que transmite una cierta tristeza en Pest, en sus edificios señoriales de otra época de emperadores y princesas, que parecen deshabitados y melancólicos aunque tengan las luces encendidas. En Buda falta el ruido de la vida en las calles. La idolatría casi enfermiza por Sissi emperatriz no ayuda. Y el Danubio -“un amigo, no un amante”, según Anselmo, cuentacuentos español que vive en Budapest- tiene algo de agujero negro, como si estuviese preparado para atraer hacia sí las tres ciudades y engullirlas. 

El Parlamento
Hay un rincón no muy conocido, también en Pest, que podría explicar en parte la oleada de suicidios. Es la vieja sinagoga, algo retirada del río, tras la cual hay un sauce llorón de metal plateado. En cada una de las hojas de ese sauce, que brilla de forma especial sobre la nieve, está escrito el nombre de un judío muerto durante la infamia de la Segunda Gran Guerra, en la que, según dicen las crónicas, hubo un millón de muertos en Budapest.

El sauce llorón de la sinagoga

Las hojas con los nombres de los muertos


Cerca de la sinagoga está la cafetería del hotel Astoria, donde el tiempo se detuvo a principios del siglo veinte, un laberinto de espejos y madera con un piano silencioso que me hace sentir el Humprey Bogart de Casablanca. La primera vez que llego a Budapest empieza a nevar detrás de las cristaleras. Es nieve dulce, que se deshace casi en el aire, dejando un reguero de polvo blanco al rozar los edificios, más bien aguanieve que se niega a cuajar para no confirmar que está llegando el invierno.

Sándor Márai explicaba la epidemia de suicidios por el aislamiento histórico de su nación, perdida entre Oriente y Occidente. El lenguaje húngaro es, en efecto, único en Europa. Los polacos pueden saludar con Dzień dobry, los checos y los eslovacos con dobrý den, los búlgaros con dobar den, los croatas con dobro jutro, e incluso los rumanos (cuyo idioma proviene del latín) con Bună dimineaţa, que tiene una resonancia similar a la de los idiomas de la Europa latina. La palabra dobre (bueno), en sus diferentes variantes, es una constante desde Polonia hasta las fronteras de Italia. Sin embargo, los húngaros saludan con un jó napot kivánoc incomprensible más allá de sus fronteras, en una parte de Europa en la que la interrelación entre los países ha sido especialmente importante, porque su esencia es ser un cruce de caminos entre la Europa del Norte y la del Sur, entre la Europa central y Rusia. El idioma es, en efecto, una prueba objetiva de la soledad de la que habla Márai, pero evidentemente no puede ser la única. 

Sándor Márai fue víctima del mismo mal que investigaba y, con su propia vida, recreó uno de los principales motivos de la tristeza: el desarraigo. Uno de los mejores escritores húngaros ni siquiera sería húngaro, ya que nació en Kosice, hoy Eslovaquia. Vivió en Leipzig y París, viajó por Europa Central y, cuando fue desterrado por el comunismo -tachado de burgués- emprendió un éxodo que le llevó a Italia y a EE.UU., donde se suicidó, pocos meses antes de que cayese el Muro de Berlín.

Márai fue un buen ejemplo de cómo la deslocalización y el baile de mapas que la Historia ha impuesto a Europa Oriental puede afectar a los individuos, que se empeñan en aferrarse a unas raíces que a veces ni siquiera permanecen en el mismo lugar. Marái sería eslovaco, el gran poeta Adam Mickiewicz, adalid de la resistencia polaca, sería hoy bielorruso, al igual que el reportero Ryszard Kapuściński. El gran escritor Joseph Conrad, polaco nacionalizado británico, sería hoy ucraniano e incluso Vlad el Empalador podría haber sido húngaro. 

Al hablar de Hungría, no es posible obviar la figura presente en toda Budapest: la Emperatriz Isabel de Wittelsbach, más conocida como Sissí. Nacida en Munich en 1837, fue reina de Hungría y Emperatriz de Austria, y simpatizó profundamente con la cultura húngara. Sissí, que padecía depresión nerviosa y crisis de ansiedad, tuvo que sobrevivir a su hijo mayor, heredero del Imperio, que apareció muerto junto a su amante -aparentemente, fue un suicidio- nueve años antes de que la misma Emperatriz muriese asesinada por un anarquista italiano. 

El Danubio
Tal vez su vida y, sobre todo, la adoración que se le profesa en Hungría, fuese otro ejemplo más de la incomprensible fascinación por la muerte que aún hoy profesan los húngaros.


pd: Mil gracias a Mamen y Salva por las fotografías.









5 comentarios:

  1. Adoro Budapest, he estado dos veces y me fascina. Ya había oído lo de los suicidios y es algo que tampoco entiendo demasiado. Debe de ser maravilloso vivir en una ciudad así... Es un placer leerte, me ha encantado tu post

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  2. Me encanto tu post. Magnifica redaccion. Estoy viviendo y estudiando en Budapest y a diario encuentro algo interesante y bello sobre la ciudad

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    1. Muchas gracias por el comentario, Vane. Espero que disfrutes Budapest y que nos descubras el secreto de los suicidas en un lugar tan fascinante. Un placer.

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  3. Me encanto tu post. Magnifica redaccion. Estoy viviendo y estudiando en Budapest y a diario encuentro algo interesante y bello sobre la ciudad

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  4. Me encanto tu post. Magnifica redaccion. Estoy viviendo y estudiando en Budapest y a diario encuentro algo interesante y bello sobre la ciudad

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