Llego a la capital de Uruguay en barco desde Buenos Aires y, ya antes de desembarcar, diviso en el horizonte una ciudad envuelta en una inexplicable bruma de tristeza.
Sólo la Rambla, el extenso paseo junto al interminable Río de la Plata, parece salvar a los montevideanos. Aferrados a sus termos de mate, los uruguayos buscan refugio en las playas, los parques o el horizonte de ese río imposible.
Leo La Tregua, de Benedetti, y mientras recorro sus páginas, pienso que tal vez él sea el culpable del sortilegio que ha embrujado la ciudad. El escritor ha recogido con tal maestría el espíritu de los montevideanos que parece haberles robado su alma. Entonces, finalmente, entiendo lo que ocurre.
En algún momento, mientras escribía, don Mario detuvo el tiempo de la ciudad y lo atrapó para siempre en sus novelas. Desde entonces, hasta que algún día consiga liberarse del hechizo, Montevideo será la ciudad melancólica de Benedetti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario