Benedetti y la ciudad melancólica


Leo a Benedetti en Montevideo.

Llego a la capital de Uruguay en barco desde Buenos Aires y, ya antes de desembarcar, diviso en el horizonte una ciudad envuelta en una inexplicable bruma de tristeza.  


Montevideo parece haber sido víctima de un hechizo, o tal vez de una maldición. Mientra paseo por sus lugares emblemáticos, la ciudad vieja, la Plaza Matriz, el Mercado del Puerto, la Feria de Tristán Narvaja, el Teatro Solís y las librerías de la calle Sarandí, tengo la sensación de que la ciudad es prisionera de una incurable melancolía.




Sólo la Rambla, el extenso paseo junto al interminable Río de la Plata, parece salvar a los montevideanos. Aferrados a sus termos de mate, los uruguayos buscan refugio en las playas, los parques o el horizonte de ese río imposible. 


Tres años antes de que los españoles fundasen en 1726 la ciudad de Montevideo, el portugués don Manuel de Freytas Fonseca Portugal ya había fundado el fuerte de Montevieu. Y, paradójicamente, es la huella portuguesa la que parece haber impregnado las calles de la ciudad. Montevideo es la Lisboa de Sudamérica, y rezuma saudade y tangos tristes que bien podrían ser fados.


Leo La Tregua, de Benedetti, y mientras recorro sus páginas, pienso que tal vez él sea el culpable del sortilegio que ha embrujado la ciudad. El escritor ha recogido con tal maestría el espíritu de los montevideanos que parece haberles robado su alma. Entonces, finalmente, entiendo lo que ocurre. 

En algún momento, mientras escribía, don Mario detuvo el tiempo de la ciudad y lo atrapó para siempre en sus novelas. Desde entonces, hasta que algún día consiga liberarse del hechizo, Montevideo será la ciudad melancólica de Benedetti.

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