La puerta del Outback - Australia


Ver nadar a un ornitorrinco en libertad. 

Que un emú te demuestre su simpatía. Caminar bajo la cortina de agua de una de las cascadas más hermosas de Australia. Dar de comer a un canguro. Y la sonrisa de los aborígenes australianos. 


Después de recorrer la costa este de Australia desde Tasmania hasta Cairns -la puerta de la Gran Barrera de Coral- supe que había llegado el momento de abandonar la costa e internarme, aunque sólo fuera un poco, en el corazón de 
Australia. Viajo hasta la frontera entre la selva y el Outback, atravesando distancias abismales, conduciendo por carreteras interminables, salpicadas de pueblos que podrían estar en el interior profundo de Estados Unidos. Australia apenas tiene huellas históricas - la presencia occidental es reciente, y los indígenas, escasos en proporción al territorio, fueron marginados y condenados a la extinción-. Por eso, cuando uno viaja por este país-continente su objetivo es la naturaleza.

Cataratas Barron

Mi primera parada después de Cairns: las cataratas Barron. Impresionan. Pero este paisaje es tan grande y este continente tan brutal, que 260 metros de caída parecen apenas un pequeño salto de agua. Empiezo a comprender que tengo que cambiar mi perspectiva de las cosas.


Humedales de Mareeba

Sigo hasta Mareeba, giro hacia el norte, y llego a un parque en el que soy el único visitante, una situación que se repetirá varias veces a lo largo de mi viaje. Estoy en los humedales de Mareeba, y detengo el coche junto a uno de los hormigueros gigantes esparcidos por el camino que lleva hasta el lago principal. Allí me esperan los emús, una variante austral de las avestruces, que no sólo carecen de temor al hombre sino que muestran deseos de acercarse a mí. Los pajarracos me inquietan y, con cautela, caminando hacia atrás, voy alejándome de ellos y de su proverbial simpatía.




Emús

Desciendo hacia la meseta de Atherton, al sur, y aprovecho para bañarme bajo un salto de agua de 18 metros: la bellísima cascada de Millaa Millaa. También me zambullo en el lago Eacham, rodeado de bosques y poblado por felices familias australianas. A diferencia de Europa, donde el hombre ha moldeado la naturaleza a su gusto, en Australia el ser humano se ha adaptado a ella, y ambos conviven en armonía. 

Cascada de Millaa Millaa

Lago Eacham

Yungaburra. No recuerdo cómo escogí este pueblo como destino, pero sí sé por qué lo hice.
 
Yungaburra

En paralelo a las primeras casas de Yungaburra, corre un arroyo en el que viven ornitorrincos (aquí, platypus). Lo recorro sin mucha esperanza de encontrar este animal mítico (pico y patas de pato, cuerpo de castor) Camino despacio por la orilla del arroyo, y me quedo inmóvil cuando escucho el chapoteo. Ahí está uno. Y otro. Los estoy viendo. Es posible que estos animales se extingan antes de que yo cumpla ochenta años (si los cumplo). Pero aún están ahí, y al verlos siento ganas de gritar de alegría en uno de esos raros instantes de felicidad plena.

Ornitorrinco

A pocos kilómetros de Yungaburra hay otra maravilla de la naturaleza, que jamás deja de sorprender en Australia. Es la Curtain Fig, una higuera de 500 años y raíces aéreas. Por más que la rodeo, no me canso de observarla.














Curtain Fig

En Innisfail, me detengo en la granja de cocodrilos para observar a los depredadores de los pantanos y dar de comer a los canguros, otra experiencia tierna e inolvidable.
 


Antes de regresar a Cairns, decido visitar una comunidad indígena: Yarrabah. Los escasos aborígenes que quedan en Australia han sido sistemáticamente marginados, maltratados y relegados por la raza blanca. Sólo puede vérseles en comunidades aisladas, como Yarrabah, o en las calles de Sydney o Cairns, mendigando o alcoholizados, vendiendo manualidades o bailando tristes danzas indígenas. Durante mi recorrido por Queensland, todo el mundo me avisa de que Yarrabah es peligroso, que no vaya hasta allá. No hago caso a las advertencias; algo me dice que no es así. Y, en efecto, cuando llego a Yarrabah, camino por sus calles y paseo por su playa no me ocurre nada malo. Por el contrario, la gente me sonríe, con la sonrisa más hermosa de Australia. 

Yarrabah

Australia es inagotable. Pone al hombre en su sitio y le recuerda que, dentro de la naturaleza, es tan sólo un invitado más.


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