El valle de Choqueyapu: acerca de los sueños de los conquistadores


Cuenta la leyenda -porque en América Latina la historia y la leyenda se confunden- que el capitán Alonso de Mendoza fundó la ciudad de Nuestra Señora de La Paz en el Altiplano boliviano el 20 de octubre  de 1548, para arrepentirse de haberlo hecho sólo tres días más tarde. 

Mendoza, natural de La Garrovilla, un pueblo diminuto del corazón de Extremadura, escuchó a los nativos, que le hablaban de un asentamiento llamado Chuquiago Marka, situado en el fértil valle del río Choqueyapu, cuyas aguas arrastraban pepitas de oro, y estaba protegido del viento helado del Altiplano. Hoy, ese asentamiento es conocido como La Paz, y es la sede del Gobierno de Bolivia.

El Choqueyapu fluye ahora bajo la ciudad, ocultado por los paceños, y no regresa a la superficie hasta abandonar el barrio de Sopocachi. Después, enojado por su encierro, adopta el color de la tierra y galopa enfurecido hasta el río Beni, que le llevará al Amazonas para morir en el Océano Atlántico. Aunque los geógrafos lo rebautizaron como el río La Paz al llegar a la zona sur de la ciudad, la corriente de agua, en su recorrido incierto por los valles, sigue siendo el Choqueyapu.  

Conduzco siguiendo su ribera hacia un destino desconocido. La carretera desciende mil metros desde La Paz (3.600 metros) y el paisaje va transformándose minuto a minuto, y poco después de dejar a mi lado el árido valle de la Luna, el verde empieza a adquirir protagonismo.

El Valle de la Luna
Primero es Mallasa, el lugar de esparcimiento dominical de los paceños, con un zoo de animales andinos y tropicales. Después, una sucesión de pueblos que aparentemente concluye en Mecapaca, donde un hotel de lujo -el Dm andino- cuyo propietario es uno de los empresarios más ricos de Bolivia y eterno candidato presidencial, Samuel Doria Medina, ha recreado un hermoso pasado colonial que ya nadie recuerda en La Paz.

Hotel DM andino en Mecapaca

Y, cuando todo indica que la carretera no va a seguir adelante, como en un cuento de hadas, encuentro una puerta secreta que me lleva a otro mundo. 


Quizá eso es lo más fascinante de La Paz: que uno puede conducir media hora y retroceder siglos en el tiempo. Más allá de Mecapaca hay una carretera olvidada, que algún día llevará a Cochabamba a través de los valles, pero que hoy no lleva a ninguna parte, o al menos nadie sabe decírmelo con exactitud. No me sorprende. 

Semanas atrás, en el Valle de las Ánimas, seguí un camino que terminaba abruptamente en un precipicio. Al preguntar a un lugareño cuál era el sentido de un sendero que no conducía a ninguna parte, me respondió "así siempre fue". No hay réplica posible a esa lógica.


Apenas hay transporte público en el valle, así que transformo mi coche en un minibús del que van subiendo y bajando personas e historias. Como Julio, a quien acerco hasta el remoto pueblo de Huaricana, desde donde puede verse el mítico monte Illimani en los días claros. Julio quiere comprarme el coche, y también que le ayude a ir a España y que lleve agua potable a Huaricana. A cambio, me ofrece regalarme unos terrenitos con árboles frutales, en los que hay "hartos higos".

Adela

Adela, que trabajaba como camarera en La Paz, regresó junto a su madre porque el sueldo no le daba para un apartamento. Alicia se fue a Palomar en busca de un clima menos hostil que el de La Paz, y allí se dedica a críar pavos. Y así van desfilando personajes por la carretera del valle. Cientos de microhistorias de personas que viven en pueblos olvidados, a los que se puede llegar en una hora desde la ciudad. Julio me advierte que desde Huaricana la carretera se vuelve complicada (ya lo es), así que reservo parte de mi curiosidad para un viaje posterior.



Regreso a Mecapaca, donde trepo por un camino que recrea las quince estaciones del calvario de Jesucristo, escritas en aymara.

Camino al calvario de Mecapaca
Al llegar a la cumbre,me vienen a la mente mis compatriotas, los españoles que llegaron por primera vez a esta tierra que, en esencia, no ha cambiado gran cosa. 

En América Latina, relacionan la monumental aventura que fue lo que en España se conoce como el Descubrimiento y la Conquista con la fiebre del oro, y vinculan esa fiebre con la avaricia. Como español, sé que están equivocados: si la motivación principal de aquellos hombres hubiese sido la avaricia, no hubiesen perdido en pocos años toda la riqueza ganada con tanto esfuerzo a manos de sus prestamistas judíos y holandeses. 

No. La causa principal de aquella empresa fue lo que yo siento mirando estos valles y montañas: el amor de la aventura, una pasión incontenible por adivinar qué hay más allá, una locura quijotesca y descabellada que les llevó a atravesar América en busca de sueños como el que escondía el río Choqueyapu. 


1 comentario:

  1. Te acabo de descubrir y señalar que tiene un "DON" escribiendo sobre tus vivencias, ésta en cuestión me ha atrapado desde el primer párrafo.
    Los españoles siempre hemos tenido el ego muy alto y siempre hemos querido ser más, llegar más allá, conquistar ... el poder, y sin darnos cuenta muchas veces de las sacudidas sociales y culturales que hemos ido dejando atrás.
    Un saludo.

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