Illimani, la montaña sagrada


Su nombre significa águila dorada. 

El Illimani se eleva, inexplicable y aterrador, en el horizonte de La Paz, Bolivia, exhibiendo, orgulloso y altivo, sus 6462 metros y su cumbre de nieves perpetuas. 

Desde el cielo, los aviones lo rozan, temerosos. Parece como si recordasen que el último día de 1984, el Illimani se "tragó" un Boeing 727 con 28 pasajeros a bordo, y sólo dejó al descubierto los restos 21 años después. Aun así, el acceso desde el Oriente hasta el aeropuerto de El Alto pasa necesariamente a su lado, y no hay piloto que no haya sentido un escalofrío al contemplar la cumbre blanca y traidora.


Desde El Alto, el Illimani marca la línea oriental del horizonte, formando un triángulo de gigantes con el Huayna Potosí y el Nevado Sajama, temibles vigilantes del Altiplano de los Andes.


Desde La Paz, el Illimani tutela la ciudad imposible que los españoles concibieron sobre un valle de oro. Aparece y desaparece entre las calles, utiliza las nubes para ocultarse y exhibirse a su antojo, y es un regalo para los paceños más humildes, que viven en la parte alta de la sede del Gobierno boliviano.


Desde el santuario de Allkamari, junto a formaciones diabólicas de piedra, el Illimani tiene una presencia divina, que invita a inclinarse ante su mole inacabable.

Y, desde todas partes, este antiguo volcán dormido ejerce sobre quien lo admira una atracción irresistible que le invita a acudir a sus faldas. Si el viajero cae en la trampa, el Illimani tratará de devorarlo, utilizando con crueldad la canción de sirena de su nieve perpetua.


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