En estas últimas dos décadas ha nacido un nuevo género de literatura: la novela policíaca de viajes.
Los protagonistas más destacados de este género han sido escritores nórdicos como Asa Larsson, Henning Mankell o el mismo Stieg Larsson. En sus novelas, la trama es tan importante como los escenarios, y a su lado hemos descubierto fascinados los misterios de Escandinavia. Qiu Xiaolong se inscribe en este nuevo género, que enriquece culturalmente a los lectores -en este caso, sobre China- al mismo tiempo que los entretiene.
Desde el estricto punto de vista de la novela policíaca, El caso Mao no es una obra brillante. La trama es alambicada, forzada y algo confusa, y se resuelve con un desenlace que no satisface al lector. Sin embargo, el valor de este libro no reside en su argumento. Xiaolong, a través del inspector jefe Chen Cao, su Sherlock Holmes de Shangai, nos conduce hábilmente por la fascinante China de los noventa y, con la investigación como excusa, explora distintos ángulos de la figura del legendario líder comunista Mao Tse Tung. Y todo ello, salpicando el texto de sabios e instructivos proverbios chinos.
Ése es el acierto de la novela: transportar al lector por el interior de la Ciudad Prohibida y por un Shangai en el que emerge con fuerza la nueva burguesía comunista, ofreciéndole platos deliciosos en restaurantes de lujo y en bares de barrio, viajando en limusina y en trenes de tercera. Con la habilidad de un hijo de emigrantes chinos, Xiaolong sabe cómo despertar nuestra curiosidad por un país casi desconocido para Occidente.
Viajen a Shangai y a Pekín con el inspector Chen. Es un tipo decente, además de un poeta frustrado, y les gustará descubrir un mundo nuevo a través de su mirada. Y, por favor, no olviden probar el pato pekinés del restaurante Fangshan.
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