Hay momentos en que nos sentimos bloqueados, y sabemos que algo nos
impide conseguir nuestros objetivos, nuestras metas, nuestros sueños.
Lo más fácil es culpar de nuestros fracasos a los demás, a las circunstancias, a la suerte adversa.
Durante mucho tiempo, yo adopté esa actitud.
Un día, una amiga me habló del coaching,
y me invitó a intentarlo. Comencé las sesiones y, frente a frente con mi coach, fui racionalizando y verbalizando
mis propias contradicciones, hasta empezar a comprender que las principales
barreras que me impedían alcanzar mis sueños no eran exteriores, sino
interiores.
No existen gimnasios para la mente. Existen prejuicios: quien acude a un
profesional para mejorar su comportamiento, sus pautas de conducta o lograr un
objetivo, parece a priori sospechoso. Vivimos en una época de culto furioso al
cuerpo, en el que la mente es un apéndice que rara vez consideramos necesario
desarrollar. Pero yo sentía que necesitaba hacerlo, y pensé que no perdía nada
intentándolo.
Desde entonces, mi vida ha ido mejorando. A través del coaching, he ido desarrollando técnicas para afrontar cada uno de
los desafíos a los que me iba enfrentando, tanto profesionales como personales,
tan variados como preparar una reunión clave o escalar una montaña de más de
cinco mil metros.
Es difícil definir el trabajo del coach,
y es más fácil hacerlo en negativo. No es un gurú de autoayuda. No es un asesor
que te diga lo que tienes que hacer: las respuestas debes encontrarlas tú
mismo, pero antes debes saber identificar las preguntas. No es un psicólogo.
Obviamente, no es ni mucho menos un psiquiatra. Lo más parecido a un coach en el
mundo físico es un guía de montaña. Puede indicarte el camino, puede ayudarte a
identificar tus problemas de respiración, de deshidratación, de agotamiento.
Pero tú eres el único que puede vencer los obstáculos y seguir caminando. Eso es el coaching:
un viaje interior de perfeccionamiento.
El teléfono de mi coach, Ana M.,
es el +34 667365320. Quienquiera sumarse, bienvenido al viaje.
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