Más allá de las nubes existe una ciudad llamada El Alto.
Tan sólo hace 28 años, cuando fue declarada ciudad independiente de La Paz, El Alto era un barrio periférico de la sede del Gobierno de Bolivia. Sin embargo, un crecimiento inusitado la llevó a desafiar a su antigua urbe mater, y hoy ya ha superado en habitantes a La Paz.
Los habitantes de El Alto vinieron del Altiplano, una inmensa y árida meseta donde sólo sobreviven las plantas y los animales más resistentes. Tal vez a causa de un temor supersticioso, y tal vez porque en Bolivia la vivienda es más barata cuanto más cerca está del cielo, muchos no se decidieron a bajar hasta el valle en el que está encajonada La Paz. Hoy viven en el borde de la hoyada, en una ciudad laberíntica y caótica hecha casi por completo de ladrillo visto, pero que ha desarrollado una arquitectura singular -arquitectura cohetillo- sobre la que escribiré en una entrada posterior.
Los jueves y los domingos, en El Alto se instala la feria, el mercado de la 16 de julio. Como si fuera un bazar asiático, miles de tenderetes se extienden por las callejas ofreciendo todo lo que la mente puede imaginar -y es mucho lo que cabe en la imaginación del boliviano-. Prácticamente todos los habitantes de El Alto son aymaras que se convirtieron en citadinos sin abandonar las costumbres, gustos y rituales de su aldea natal, que perviven en los tenderetes del mercado.
El Alto, que desde el aire se extiende como un tablero naranja de ladrillo y pardo de tierra, es paso casi obligatorio para salir de La Paz hacia Chile, hacia Perú, hacia el Oriente del país y hacia el Lago Titicaca. Además, alberga el aeropuerto internacional de La Paz, el más alto del mundo, tanto que los aviones que despegan y aterrizan necesitan hacerlo con menos combustible del habitual para maniobrar con garantías.
El viajero que llega al aeropuerto siente una leve sensación de mareo, ingravidez, que a veces se agrava y se convierte en desmayo. Por eso, justo al pasar los puestos fronterizos, junto a la sala para recoger las maletas, hay una habitación equipada con bombonas de oxígeno. A la salida del aeropuerto, los Andes regalan el Huayna Potosí (6.088 m) al viajero.
Después, antes de llegar a La Paz, el viajero deberá atravesar El Alto. Una ciudad aymara, indescifrable para ojos extraños, penetrada por la magia antigua de los sabios indígenas.
Es domingo. Camino por la calle Rieles, la parte del mercado que se asienta en la cornisa del Altiplano...
... y sólo entonces descubro la sensación de caminar en el cielo.
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