Kapuscinski. Maestro de maestros.
"Cristo con un fusil al hombro" es una pequeña joya, un homenaje del gran reportero polaco a una época con aroma de guerrillas.
El libro es una recopilación de reportajes firmados por Kapuscinski, que recorre varias zonas calientes del planeta en la década de los setenta: Oriente Medio, Bolivia, Guatemala y Mozambique. Todos llevan su sello inigualable: su pasión por escuchar, su capacidad de dar voz a los silenciados, su temeraria inocencia y su carencia absoluta de pelos en la lengua.
Como él mismo dijo, los cínicos no sirven para el oficio de periodista. Y nada más lejos de un cínico que Kapuscinski quien, con su facilidad de hacer fácil lo difícil, nos explica con simpleza conflictos sobre los que llevamos décadas oyendo hablar. El polaco no es imparcial. Por el contrario, toma partido por los débiles, y no esconde su simpatía por las guerrillas, ni tampoco por figuras controvertidas como el Ché Guevara o Salvador Allende.
Cada vez que leo a Kapuscinski, me maravilla que muriese siendo un anciano. Como reportero, ha estado en decenas de escenarios donde la muerte es algo cotidiano y, sin embargo, su baraka -suerte- le ha hecho salir ileso una y otra vez. Tal vez el secreto de esa baraka sea su habilidad para ver y escuchar sin reclamar protagonismo, su predisposición a entender lo que no comprende y su mirada cándida, sin prejuicios, dirigida a los mundos que va descubriendo.
Da igual que conviva con fedayines palestinos, soldados sirios o guerrilleros bolivianos; tampoco importa que se adentre en los secretos de la tenebrosa dictadura guatemalteca acusando abiertamente a los culpables del horror: Kapuscinski parece tener un aura que lo protege y lo hace invulnerable. El maestro polaco no entiende el miedo ni tiene tiempo que perder con él: está demasiado ocupado en su búsqueda incansable de la verdad.
"Cristo con un fusil al hombro" es una pequeña joya, un homenaje del gran reportero polaco a una época con aroma de guerrillas.
El libro es una recopilación de reportajes firmados por Kapuscinski, que recorre varias zonas calientes del planeta en la década de los setenta: Oriente Medio, Bolivia, Guatemala y Mozambique. Todos llevan su sello inigualable: su pasión por escuchar, su capacidad de dar voz a los silenciados, su temeraria inocencia y su carencia absoluta de pelos en la lengua.
Como él mismo dijo, los cínicos no sirven para el oficio de periodista. Y nada más lejos de un cínico que Kapuscinski quien, con su facilidad de hacer fácil lo difícil, nos explica con simpleza conflictos sobre los que llevamos décadas oyendo hablar. El polaco no es imparcial. Por el contrario, toma partido por los débiles, y no esconde su simpatía por las guerrillas, ni tampoco por figuras controvertidas como el Ché Guevara o Salvador Allende.
Cada vez que leo a Kapuscinski, me maravilla que muriese siendo un anciano. Como reportero, ha estado en decenas de escenarios donde la muerte es algo cotidiano y, sin embargo, su baraka -suerte- le ha hecho salir ileso una y otra vez. Tal vez el secreto de esa baraka sea su habilidad para ver y escuchar sin reclamar protagonismo, su predisposición a entender lo que no comprende y su mirada cándida, sin prejuicios, dirigida a los mundos que va descubriendo.
Da igual que conviva con fedayines palestinos, soldados sirios o guerrilleros bolivianos; tampoco importa que se adentre en los secretos de la tenebrosa dictadura guatemalteca acusando abiertamente a los culpables del horror: Kapuscinski parece tener un aura que lo protege y lo hace invulnerable. El maestro polaco no entiende el miedo ni tiene tiempo que perder con él: está demasiado ocupado en su búsqueda incansable de la verdad.
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