A veces los rincones más fascinantes nos están esperando al otro lado de la montaña.
Hampaturi. Conducimos desde la zona sur de La Paz, Bolivia, por una carretera que sólo es transitable fuera de la época de lluvias y, por supuesto, si no hay partido de fútbol en alguno de los pueblos que atraviesa. Un camino de tierra y piedras nos lleva al parque natural de Cotapata por un valle escondido, remontando ríos y presas, hasta un circo inolvidable de nevados. Dos horas de viaje, y otro mundo nos aguarda.
Por el camino descubrimos una mina abandonada, un lugar fantasmagórico que duerme un sueño eterno junto a la cascada más bella de la zona. He visitado dos veces esa cascada, una transformada en hielo y otra rebosante de agua, y me resulta imposible olvidarla. Las nieves de los Andes se precipitan en un agua cristalina, pura como pocas, que tiene como destino final la ciudad de La Paz.
Nadie se ha molestado en retirar el equipo de la vieja mina. Podemos entrar libremente por sus túneles, que parecen haber sido abandonados precipitadamente, y jugar con las viejas herramientas. No somos capaces de averiguar qué pasó con la mina, tal vez maldita, de modo que dejamos volar la imaginación...
... y, por supuesto, rendimos un pequeño homenaje a Indiana Jones en el Templo Maldito...
La carretera termina en un circo de nevados andinos, donde las llamas, simpáticas e inmutables, suavizan la inmensa soledad de los Andes, sobrecogedores y eternos. Los Andes me aterrorizan y me intimidan, pero soy incapaz de resistir su atracción, y regreso a buscarlos, víctima de un hechizo, una y otra vez.
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