Existe un lugar en Bolivia en el que muchos buscaron el olvido.
Salgo de La Paz cuando ya ha terminado de amanecer, y media hora después, entre llamas y nieve, me encuentro en La Cumbre, un lugar sagrado para los aymaras, que "challan" (derraman alcohol sobre la carretera) cuando pasan a su lado. Años atrás, para llegar al lugar al que hoy me dirijo había que recorrer la "carretera de la muerte", tal vez la más peligrosa del mundo, hoy convertida en un camino en el que turistas en bicicleta descargan adrenalina mientras les contemplan los fantasmas y las cruces de centenares de muertos.
No parece casual que quienes buscaron el olvido lo hicieran más allá de la carretera de la muerte.
Tres horas después llego a mi destino, Coroico, reina de los Yungas, una pequeña ciudad en lo alto de una colina neblinosa. He bajado un desnivel de unos dos mil metros. Hoy, la región de los Yungas es conocida por ser rica en coca y frutas tropicales. Subo a mi coche a dos "temibles" ancianos cargados con enormes sacos de coca, que me hacen entender las verdaderas dimensiones de la hoja sagrada, mucho más allá del narcotráfico. Hay niebla, sol, lluvia y todos los matices del verde en las colinas hendidas por carreteras de tierra.
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Los dos temibles cocaleros |
Saco de hojas de coca para la venta |
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Coroico es un paraíso misterioso. A sus habitantes no les gusta que alguien indague en su pasado, y responden con evasivas a las preguntas, como si hubiesen suscrito un pacto de silencio. Los primeros extranjeros que llegaron a esta zona de valles y colinas fueron los españoles, que buscaban el oro de los lechos de los ríos. Construyeron haciendas que se comió el paso del tiempo, y la región, protegida por sus caminos imposibles, cayó en un profundo letargo hasta que la aparición de los automóviles volvió a comunicarla con el mundo exterior.
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Calle de Coroico |
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Catedral de San Pedro y San Pablo en Coroico |
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Coroico entre la niebla |
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En la cima, Coroico |
Que no se me olvide: antes del siglo XX se refugiaron en los Yungas los africanos huyendo de la mortífera esclavitud de las minas de Potosí, . Hoy siguen manteniendo comunidades racialmente puras que, como en el pueblo de Tocaña, han adoptado las costumbres y vestimentas indígenas.
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Piel de un jaguar en un hotel de Tocaña |
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Niñas afrobolivianas en Tocaña |
Después vinieron los judíos. Huyendo de una Europa que los masacraba, antes del nacimiento de Israel, obtuvieron permiso del Gobierno boliviano para establecerse como granjeros, y se quedaron en una aldea llamada Charobamba. También hubo algún español que llegó huyendo de la dictadura de Franco. Y después, los nazis.
Finalizada la II Guerra Mundial, miles de nazis huyeron a América Latina: Argentina, Paraguay, Brasil... y Bolivia, tal vez el país más adecuado para desaparecer. Uno de ellos, Klaus Barbie, el "carnicero de Lyon", se convirtió en dueño de un aserradero en Coroico hasta que las dictaduras militares bolivianas le reclamaron como asesor en La Paz. Fue su perdición. Al llegar la democracia, miembros del Gobierno boliviano consiguieron extraditarlo a Francia, donde murió.
Klaus Barbie no fue el único nazi en Bolivia. Por ejemplo, también se hizo famoso Hans Ertl, cuya hija, Monika, mató en Hamburgo al cónsul boliviano, que había sido el responsable de la ejecución del Ché Guevara. Sin embargo, otros miles consiguieron el anonimato... y con él llegó el olvido.
En Coroico hay alemanes y suizos que regentan distintos negocios en esta Baviera del trópico. Nadie quiere hablar de su pasado ni de por qué ha acabado viviendo en este lugar remoto; nadie quiere perturbar la belleza de estos paisajes. Todos prefieren vivir dulcemente el resto de sus vidas en este jardín tropical del olvido.
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Martín Pescador de la Amazonía |
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Los Yungas |
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