Ya sé que los árabes son el pueblo del desierto, pero para mí siempre fueron un pueblo de mar.
Así comienza "Los árabes del mar", uno de los libros de viajes más inspiradores que he leído. Desde la misma introducción, en la que Esteva despierta el imaginario de nuestra infancia con el recuerdo de Simbad el Marino, siento que estoy atrapado sin remedio por el mundo que el autor se propone descubrirme. Y, en efecto, así ocurre.
Hoy, la imagen de la Península Arábiga está manchada por las sombras de los fundamentalismos y el peligro terrorista, que han opacado un pasado esplendoroso. Sin embargo, en los años setenta, antes de la eclosión de la violencia religiosa y étnica en la región, ésta era una "terra incognita" para los occidentales. En aquella época comienza el libro, con un joven Esteva que viaja desde un inquietante Jartum hasta el Mar Rojo atraído por la fascinación evocadora del nombre de Sauakin.
Desde Port Sudan, Esteva vuela hacia Sanaa, entonces Yemen del Norte, la ciudad fundada por Sem, el hijo de Noé. Allí nos descubre un país fascinante, con una historia tan rica como desconocida para Occidente (el antiguo reino de Saba, el de la reina Belquis), recorriendo el Yemen tribal y su región costera, en busca de un pasado de gloriosas ciudades marítimas, como Moca, que han caído en el olvido.
Ya comenzado el siglo XXI, impulsado por la carta de una amiga que vuelve a hablarle de los árabes del mar, Esteva decide reanudar el viaje interrupido, dirigiéndose esta vez al hogar de Simbad, el sultanato de Omán. Es ya un Esteva maduro, que viaja con la intención de escribir un libro, y recorre Mascate y el interior de Omán a la caza de leyendas, entre momentáneos flashback de su juventud en El Cairo, para viajar a la región de Zufar, donde encontrará las huellas del profeta Job, el paradigma de la paciencia. Finalmente, dirigiéndose hacia el sur, el autor llega hasta las costas africanas de Mombasa, Lamu y Zanzíbar, siempre persiguiendo el recuerdo de los navegantes árabes.
A lo largo del libro, descubrimos ciudades y mares con resonancias bíblicas de los que apenas hemos escuchado hablar en Occidente, cegados por nuestra visión eurocentrista. Siempre con un lenguaje llano, sin pretensiones ni alardes de estilo, Esteva comparte con nosotros paisajes, recuerdos y una galería de personajes que le acompañan, hospitalarios y halagados por su curiosidad, hasta concluir el viaje con una frase perfecta, sólo comparable a su extraordinario inicio: "El mar era el camino".
A lo largo del libro, descubrimos ciudades y mares con resonancias bíblicas de los que apenas hemos escuchado hablar en Occidente, cegados por nuestra visión eurocentrista. Siempre con un lenguaje llano, sin pretensiones ni alardes de estilo, Esteva comparte con nosotros paisajes, recuerdos y una galería de personajes que le acompañan, hospitalarios y halagados por su curiosidad, hasta concluir el viaje con una frase perfecta, sólo comparable a su extraordinario inicio: "El mar era el camino".
En resumen, una joya de la literatura de viajes, tal vez poco conocida en relación a su valor, uno de esos libros que inspiran el lector a recorrer viejos mapas y fantasear con recorrer las huellas de los árabes del mar, acompañado por la magia que emana de las palabras de Esteva. Como él mismo dice, "maktub": estaba escrito.
Un estupendo libro de viajes, vivencias,conocimiento.
ResponderEliminarUn buen libro para leer y regalar.
Personalmente me ha encantado.
Lo recomiendo encarecidamente.