Amad o pereced.
Aprender a morir es aprender a vivir. Piensa que cada día puede ser el último de tu vida y si eres la persona que desearías ser ese día. Son algunas de las enseñanzas que nos deja "Martes con mi viejo profesor", la historia de los últimos meses de Morrie Schwartz, enfermo de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), narrada por su antiguo alumno Mitch Albom.
Mitch descubre por azar la situación de su antiguo profesor, y acude a su casa para recibir sus últimas lecciones sobre la vida. Las reflexiones de Morrie sobre la cultura, el amor, el matrimonio, los hijos... son simples, claras y demoledoras. El viejo profesor llena de humanidad las páginas de Albom, haciéndonos cuestionarnos incluso las verdades que consideramos absolutas. Morrie acepta la muerte y decide vivir la enfermedad hasta el final, consciente de todo el sufrimiento que le espera, sin ninguna motivación religiosa, tan sólo por el amor a la vida.
El narrador no rehúye la enfermedad de su profesor y muestra sus efectos con crudeza, ayudando paradójicamente a desdramatizarla. Sin embargo, prolonga demasiado el tramo final del libro sin que las enseñanzas de Morrie en sus últimas semanas lleguen a compensarnos por el sufrimiento que provoca el relato de su declive. Así como la figura del profesor es brillante, la del narrador está llena de tópicos, recreando a una persona a la que la sociedad moderna ha obligado a una búsqueda permanente del bienestar material, olvidando lo espiritual.
Morrie, cara a cara con la muerte, nos lleva por senderos inesperados que, probablemente, harán mejor y más feliz al lector. Por fortuna, Albom decidió no redactar un libro de autoayuda sino construir una novela llena de valentía y ternura que muy pocos se arrepentirán de leer.
El viejo profesor, con la ayuda de su discípulo, nos regala una fantástica perspectiva de la vida a la luz de la muerte.
Mitch descubre por azar la situación de su antiguo profesor, y acude a su casa para recibir sus últimas lecciones sobre la vida. Las reflexiones de Morrie sobre la cultura, el amor, el matrimonio, los hijos... son simples, claras y demoledoras. El viejo profesor llena de humanidad las páginas de Albom, haciéndonos cuestionarnos incluso las verdades que consideramos absolutas. Morrie acepta la muerte y decide vivir la enfermedad hasta el final, consciente de todo el sufrimiento que le espera, sin ninguna motivación religiosa, tan sólo por el amor a la vida.
El narrador no rehúye la enfermedad de su profesor y muestra sus efectos con crudeza, ayudando paradójicamente a desdramatizarla. Sin embargo, prolonga demasiado el tramo final del libro sin que las enseñanzas de Morrie en sus últimas semanas lleguen a compensarnos por el sufrimiento que provoca el relato de su declive. Así como la figura del profesor es brillante, la del narrador está llena de tópicos, recreando a una persona a la que la sociedad moderna ha obligado a una búsqueda permanente del bienestar material, olvidando lo espiritual.
Morrie, cara a cara con la muerte, nos lleva por senderos inesperados que, probablemente, harán mejor y más feliz al lector. Por fortuna, Albom decidió no redactar un libro de autoayuda sino construir una novela llena de valentía y ternura que muy pocos se arrepentirán de leer.
El viejo profesor, con la ayuda de su discípulo, nos regala una fantástica perspectiva de la vida a la luz de la muerte.
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