Y, tras una larga búsqueda, los españoles descubrieron que El Dorado era de plata.
El Cerro Rico de Potosí, la gran montaña de plata, es sobradamente conocido. Los conquistadores españoles que se afanaron en extraer la plata de su interior - al igual que habían hecho los incas hasta que un accidente les hizo desistir- se apresuraron a enviarla a España presentándola como el resultado de la búsqueda de El Dorado.
La mayor parte de esa plata pasó fugazmente por la Península Ibérica, con destino a las arcas de los banqueros del Norte de Europa, para hacer frente a las deudas asumidas por la Corona en las absurdas guerras religiosas de los Austrias. Mientras tanto, Potosí se hizo tan famoso que hasta Miguel de Cervantes dejó para la posteridad su recuerdo al poner en boca del mismísimo Quijote alabanzas sobre la riqueza de sus minas .
La historia oficial habla de los explotadores españoles -sin mencionar, insisto, a los incas- y silencia la creación de una rica ciudad en la que la burguesía criolla ha vivido durante siglos de la sangre blanca que manaba del Cerro Rico: Sucre.
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Sucre la bella |
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Gobernación de Sucre y puerta de la Catedral |
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Castillo de la Glorieta |
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Torre de la Catedral |
Sucre es una ciudad hermosa. Sus caserones blancos recuerdan a las antiguas ciudades españolas de Andalucía y Extremadura, está salpicada de bonitas iglesias, y sus 2800 metros de altura sobre el nivel del mar le favorecen con un clima más benigno que Potosí, situada a 3.900 metros.
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La catedral de noche |
Sucre, la ciudad de los cuatro nombres (también fue Chuquisaca, La Plata y Charcas) es la capital constitucional de Bolivia -aunque La Paz es la sede del Gobierno- y la sede del poder judicial. En ella se firmó el Acta de la Independencia de Bolivia y fue el lugar donde, como a los sucrenses les gusta decir, se dio el "Primer Grito Libertario de América".
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La Casa de la Libertad |
Hasta aquí, la historia épica. Sin embargo, hay muy pocas casas nobles que no guarden secretos turbios; la hipocresía y la riqueza suelen ser buenas amigas. Los criollos que se independizaron heroicamente no eran otros que los hijos y nietos de los españoles que habían venido a enriquecerse a América. Y, una vez independizados, esos mismos descendientes, autoproclamados héroes de la independencia, pasaron dos siglos marginando a los indígenas de Potosí, que no podían entrar en la ciudad y debían quedarse a las afueras de Sucre, como me explica Casper, un monje polaco que vive en el convento de la Recoleta.
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El Convento de la Recoleta |
Ha sido la mezcla de indígenas y blancos lo que ha sacado lo mejor de Sucre. El mestizaje siempre es positivo, y en esta ciudad he encontrado uno de los mejores ejemplos: Luis Niño, el artesano alcohólico.
En la iglesia de Nuestra Sra. de la Merced, vecina de la más conocida San Felipe Neri, hay talladas auténticas joyas, cuyo autor fue Luis Niño, un indígena quechua adoptado por los monjes mercedarios. Niño tenía un talento sobrenatural para la escultura, que se desataba cuando estaba borracho. El fenómeno era de tal calibre, y tanta la habilidad del artesano, que se pidió una bula al Vaticano para permitir que Niño trabajase ebrio dentro de la Iglesia.
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Púlpito de Luis Niño |
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Campana de Nuestra Señora de la Merced |
No es el único secreto que guarda Nuestra Señora de la Merced, que en junio de 2014 se cerrará durante 10 años para ser restaurada. Por su sacristía transita el fantasma de uno de los últimos monjes mercedarios, que murió ahorcado en su misma iglesia. De esta iglesia han desaparecido cofres con oro y joyas y una estatua de la Virgen y, cómo no, supuestamente esconde túneles secretos que la comunican con los demás templos de Sucre.
La fantasía y la leyenda también tienen cabida en el convento de la Recoleta, donde se honra a los misioneros mártires de un lugar tan remoto como Nagasaki, y en cuyo interior fue asesinado el tercer Presidente de la República de Bolivia, el General Pedro Blanco, el 31 de diciembre de 1828.
En ese tipo de detalles, en ese tipo de historias, es donde se nota que Sucre no es una ciudad andaluza. Los españoles pudieron traer muchas cosas del Viejo Continente: su arquitectura, su arte, sus apellidos y sus costumbres, pero no pudieron evitar que quedaran bañadas por el surrealismo mágico que impregna América Latina.
Así ocurre también en el caso de Sucre, una ciudad hecha de plata y sangre.
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