Brunei - El último sultán



Todavía me pregunto si Brunei existe o si es una alucinación salida de las aventuras de Simbad el Marino, ambientada en los paisajes de Sandokán. 


Sé que lo políticamente correcto cuando se habla de Brunei sería criticar el absolutismo de His Majesty Paduka Seri Baginda Sultan Haji Hassanal Bolkiah Mu‘izzaddin Waddaulah, Sultan dan Yang Di-Pertuan Negara Brunei Darussalam, sultán de Brunei para los amigos, pero mientras recorro las calles de Bandar Seri Begawan en el mes de Ramadán de 2009, conmovido por las llamadas periódicas a la oración en este sultanato casi inconcebible en nuestra época, soy incapaz de prestar atención a la política.

Antaño, Brunei fue un gran reino que dominó toda la isla de Borneo y parte de Filipinas. Con el paso de los siglos fue quedando reducido por los embates de los españoles (que lo conquistaron y abandonaron 72 días después, a finales del siglo XVI) y por la presión de los Rajás blancos del estado vecino de Sarawak.



El sultán de Brunei pertenece a la misma dinastía que domina el país desde el siglo XIV, y se mantiene en el trono apoyado por las ingentes reservas de petróleo y gas con las que su territorio ha sido agraciado. Los habitantes de Brunei no pagan impuesto de la renta, y tienen una de las mayores rentas per cápita del sudeste asiático. 

Brunei tiene las mezquitas y los palacios más hermosos que he visto. Blancos y azules, de cúpulas doradas, están rodeados por un enorme manto de vegetación tropical que reverbera en sus paredes, y escoltados por patrullas de palmeras que rebosan vida. Y, además, les sobra el agua que tanto necesitan sus parientes lejanos del Golfo Pérsico, porque Bandar Seri Begawan, más conocido como BSB, está construido al arrullo del río Brunei.



He llegado a Bandar Seri Begawan desde Kota Kinabalu haciendo escala en Labuán, pero no me he cruzado con los piratas de Mompracem. Por el contrario, el barco en el que navegaba ha atravesado el Mar de China entre violentos bandazos, mientras el capitán nos torturaba con fascinantes clips musicales de canciones de amor de los divos pop de Malasia, la versión más rabiosamente moderna de la gota malaya. Eso es cuando viajo en la zona vip. 

El segundo tramo del crucero, tras pasar Labúan, viajo en la bodega y me entretengo observando el baile de las cucarachas gigantes sobre los pies de los viajeros. Después de varias horas de barco y un pequeño trayecto en autobús, al llegar a BSB tengo la sensación de haber entrado en otro mundo.


Mezquita del Sultán Omar Ali Saifuddin
En Brunei apenas hay turistas. El acceso al país no es fácil, apenas se promociona en el exterior, no tiene fama de playas espectaculares y sus selvas son similares a las del resto de Borneo, con la diferencia de que tanto la parte malaya como la indonesia de esta isla son mucho más baratas. A pesar de ello, BSB es un lugar donde uno camina en un estado de fascinación continua. 

El núcleo central de la ciudad está dominado por la mezquita del Sultan Omar Ali Saifuddin, que no llega a los sesenta y cinco años, y es una construcción tan bella como delirante. Su cúpula es de oro, su mármol, italiano, sus alfombras de Arabia Saudí y el granito de Sanghai. 



Cerca de la mezquita hay un centro comercial con locales de fast food permitidos por el Islam y cabinas individuales de karaoke, donde los locales pueden sentirse Britney Spears por unos minutos sin que nadie les oiga. 

Cae la noche, y cientos de habitantes de BSB abarrotan los restaurantes, con la comida preparada sobre la mesa, esperando la última llamada a la oración. La voz del muecín da paso a la ruptura del ayuno, pero nadie se apresura, ni se lanza con avidez sobre la comida; al contrario, la tratan con una sorprendente delicadeza, dándole el valor que les merece después de un día en ayunas. En los periódicos hay cientos de relatos de vivencias sobre el significado del Ramadán. No hay muchas más noticias en Brunei.


El sultán de Brunei

Todo es deliciosamente naif con un toque de surrealismo, en especial cuando visito el museo que contiene los regalos recibidos por el Sultán (sí, han leído bien, el sultán construyó un museo para conservar sus regalos, y créanme que es bastante grande), el Royal Regalia Building. En él hay joyas de todo tipo y tamaño, y me pregunto qué puede haber conservado el sultán en su palacio si esto es lo que no le cabe en las estanterías.



Subo a una barca que me lleva a Kampung Ayer, el pueblo del agua, un inmenso barrio de palafitos construidos sobre el río frente al centro de BSB. Recorro fascinado el laberinto de puentes que unen esas favelas acuáticas, una Venecia en el corazón de Borneo donde se suceden coloridas casas y escuelas. En Kampung Ayer viven los inmigrantes del resto de la gran isla, que adoran Brunei.


Kampung Ayer
Converso con unos y otros, y nadie me parece desgraciado. Tampoco parecen echar de menos ese concepto de democracia que en Occidente ya nos resulta imprescindible. Me atrevería a afirmar que son felices. La gente en los autobuses me para para preguntarme que hago allí, pero no encuentro en su mirada nada distinto a un interés genuino por la razón que me ha empujado a visitar su país. 


El sultán está presente en muchas de las conversaciones. Es un personaje familiar en una ciudad que no llega a los 150.000 habitantes, y suele dar un paseo todos los años, el día de su cumpleaños, para saludar a sus conciudadanos. Justo ese año es el primero que no lo hace: la gripe aviar le ha dado miedo.

Concluyo mi viaje visitando la mezquita de Hassan Bolkiah, construida para conmemorar los 25 años de reinado del actual sultán. Más cúpulas doradas, mármol y palmeras. 

Cuando subo al autobús que me devolverá a Kota Kinabalu, tras siete pasos fronterizos en un laberinto de límites entre Malasia y Brunei, y recorro la ciudad malaya de Lawas, una más entre las cientos de miles de ciudades espantosas que existen en el mundo, siento un deseo irresistible de regresar a BSB para presentar mis respetos al sultán y ofrecerle mis servicios. 


Pero ya es demasiado tarde.






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