Misiones jesuitas, el legado de un sueño


En Bolivia, el tiempo tiene una dimensión distinta a la del resto del mundo.

Siglos atrás, en la inmensa llanura oriental boliviana, unos sacerdotes locos -jesuitas- decidieron construir varias misiones donde evangelizar a los nativos, los chiquitanos o chiquitos, y traer a sus tierras los beneficios del progreso.

La llanura chiquitana

Los jesuitas fueron duramente golpeados en Europa, y se vieron forzados a abandonar las misiones americanas en 1767. Muchas desaparecieron, quedaron en ruinas o cayeron en el olvido. Pero el legado de los jesuitas permaneció en Bolivia.

Torre de la misión de San José de Chiquitos

Viajo a San José de Chiquitos, donde se mantiene en pie la única misión de piedra. La espiritualidad de los violines resuena entre los muros de la antigua iglesia, cuya torre sirve de faro en la descomunal llanura selvática. Los chiquitanos incorporan con cariño en sus almas el recuerdo de los jesuitas, que llegaron trayendo el amor y la fe, sin ambición de riquezas ni más armas que la música.




Hasta hace menos de diez años, San José era un lugar prácticamente aislado del resto del mundo, en tierra de nadie, a nueve horas en coche desde Santa Cruz de la Sierra, conduciendo por un camino terrible. Hoy, una carretera asfaltada permite viajar tres siglos en tres horas desde Santa Cruz, en una carretera que continúa hasta Brasil, dejándonos el inesperado regalo del santuario mariano de Chochis.

Santuario de Chochis


San José tiene una dimensión simbólica que trasciende a su misión de piedra. A dos kilómetros de la ciudad chiquitana, el extremeño Ñuflo de Chávez fundó por primera vez Santa Cruz de la Sierra que, desplazada a otra ubicación, hoy es una megalópoli de casi tres millones de habitantes. http://elmundoquequierocontarte.blogspot.com/2014/03/dos-ciudades-llamadas-santa-cruz.html  

Lugar de fundación de Santa Cruz la Vieja

Ñuflo de Chávez

Paseando por sus ruinas, el viajero experimenta una borrachera de Historia, y puede adivinar las huellas casi vírgenes de aquellos locos españoles que atravesaron el mundo en busca de sus sueños. Las misiones tienen un significado especial, porque esos sueños, que en este caso llegaron a ser una realidad durante décadas, eran sueños de concordia, porque los jesuitas no habían venido a buscar El Dorado. Y los chiquitanos lo entendieron. 

Duermo en el hotel Villa Chiquitana, en la misma habitación en la que estuvo la Reina de España, doña Sofía, en 2012. Y recuerdo que un general de la Fuerza Aérea boliviana me contó que muchos años atrás sirvió como piloto al Príncipe Felipe, hoy Felipe VI, Rey de España. El general me cuenta que voló con el Príncipe hasta las misiones, entonces deterioradas, y afirma que el actual Jefe de Estado le confió su deseo de ayudar a restaurarlas. Desconozco la veracidad del episodio, pero lo que parece cierto es que en los años posteriores la cooperación española realizó un trabajo notable para conseguirlo.    

Un chiquitano nos cuenta que aún quedan algunas misiones perdidas en la selva, un nuevo El Dorado de fe. Los únicos que conocen su ubicación son los ayoreos, nativos aún no contactados, que siguen viviendo una vida nómada. Y no parecen dispuestos a compartir sus secretos.

Pero nadie sabe qué hay de cierto en estas historias, porque en Bolivia, todo es mitad verdad y mitad leyenda.




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