El padre Juan Carlos, Quijote burgalés, llegó a Bolivia hace ya dieciocho años, cuando El Alto era tan sólo una pampa.
La ciudad de El Alto comenzó a existir hace menos de medio siglo como un suburbio de La Paz en el que se hacinaban los inmigrantes de las minas y el campo altiplánico. Hoy ya ha superado en habitantes a la sede de Gobierno de Bolivia; sin embargo, la ciudad mantiene su carácter de suburbio, construido por calles de tierra, casas de ladrillo visto y perros vagando entre la basura amontonada.
En este entorno duro y hostil, el padre Juan Carlos decidió fundar una escuela para niños con problemas familiares, principalmente hijos de madres solteras -algunas adolescentes- o de trabajadoras que no podían dejarlos en otra parte. El padre Juan Carlos, héroe cotidiano, recibió fondos de la diputación de su Burgos natal y de la Caja de Burgos para crear en 2004 el "Centro Educativo Burgosmarka" (Marka significa pueblo en aymara).
Lo que ocurrió después muestra cómo, en este mundo globalizado, una hoja que cae en un continente puede desencadenar una tempestad en otro. Como consecuencia de la crisis bancaria en España, la Caja de Burgos participó en distintas fusiones hasta acabar absorbida por CaixaBank.
Y se acabó el dinero para El Alto.
Desde entonces, el padre Juan Carlos y Angélica, la directora de la escuela, acompañados por un puñado de heroicos voluntarios, peregrinan sin descanso en busca de fondos para que los niños de la escuela, una tormenta de amor y cariño, puedan seguir comiendo todos los días en una isla de alegría dentro de El Alto.
Más allá de las grandes organizaciones caritativas o de las agencias de cooperación estatales -de las que se nutren numerosos parásitos amparados por la voluntad de los Gobiernos de turno- el padre Juan Carlos, incansable Quijote burgalés, continúa cabalgando a día de hoy por la inhóspita llanura del Altiplano, impulsado por la fuerza más poderosa que jamás ha conocido el ser humano: el amor por los niños.
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