Mientras recorro Australia desde Tasmania hasta Queensland, puedo imaginar las sorpresas que se llevó sir Charles Darwin al desembarcar en aquella tierra inhóspita y contemplar sus animales imposibles, testimonios vivos de la evolución de un continente a la deriva.
Todos esos animales, por muy extraños que parezcan a primera vista, son variaciones genéticas de sus parientes lejanos de África, Asia y América. Los emúes y los casuarios comparten ancestros con avestruces y ñandúes; los canguros recuerdan a los camélidos y a los conejos si se les mira con cariño -y si se les mira con maldad, a ratas gigantes que saltan-.
El diablo de Tasmania es una hiena enana, negra y malhumorada; el equidna, el bastardo entre un erizo y un oso hormiguero; el koala, un perezoso orejudo; el wombat, un oso-ratón peludo y gordo, y el ornitorrinco, el fruto de un romance remoto entre un pato y un castor.
Hay algo común a la mayoría de la fauna australiana. Por lo general, los animales suelen ser más amigables que en el resto del mundo, aunque como advierte Bill Bryson en su brillante y cachondo libro "En las antípodas", no hay lugar en el planeta donde existan más especies que puedan asesinarte: insectos, reptiles, tiburones...
Comencemos por Tasmania. Visito el Boronong Wildlife Sanctuary, un hospital para animales salvajes a las afueras de Brighton, a media hora en coche de Hobart, la capital de Tasmania. Los atropellos de animales en la isla son muy frecuentes, y los tasmanos intentan salvar a los que quedan heridos trayéndolos al Santuario. Allí tengo mi primer encuentro con la fauna australiana, en un entorno en el que puedo interactuar con los animales más fascinantes que he encontrado.
El diablo de Tasmania |
Al contemplarlo de cerca, encuentro que sí tiene algo diabólico: un carácter de mil demonios. Es más pequeño de lo que imaginaba, a medio camino entre la hiena y una rata, y se mueve como impulsado por descargas eléctricas. Pienso que tal vez mis hijas no lleguen a conocerlo, como yo no he tenido oportunidad de conocer a su hermano mayor, el tigre de Tasmania, ya extinguido. Ojalá me equivoque.
Wombat |
Koala |
Y... los canguros. Antes de venir a Australia, no tenía ni la menor idea de que hay más de cincuenta clases de canguros. Al encontrármelos frente a frente, soy incapaz de distinguirlos, y realmente sólo soy capaz de asimilar una regla: si es grande, es canguro; si es pequeño, es un wallaby. Durante mi viaje encontraré decenas en libertad, cruzando la carretera a mi paso como si fuese un juego divertido, o saltando frente a mí en los parques naturales que proliferan en la isla-continente.
Wallaby |
En lo que se refiere a los canguros -a los grandes-, el momento más excitante de mi paso por el Santuario es atravesar una explanada en la que decenas de ellos remolonean, perezosos, mientras me observan. Desconozco sus costumbres, pero intuyo que si se levantasen para atacarme y golpearme con sus patas, sólo duraría cinco minutos con vida. El pensamiento no me tranquiliza.
Canguros grises |
Conduzco en dirección norte, hacia Launceston, la segunda ciudad más grande de Tasmania, y siguiendo el curso del río Tamar llego hasta una nave industrial en la que viven en cautividad equidnas y ornitorrincos.
El equidna debe su nombre a la ninfa mitológica madre de todos los legendarios monstruos de la Grecia Clásica. Es un puercoespín torpe y simpático, con una boca-trompa que le sirve para alimentarse de insectos, en especial las hormigas. Junto a los ornitorrincos, son los únicos mamíferos que ponen huevos, y son muy difíciles de ver en libertad.
Por eso me siento un privilegiado cuando logro divisar a uno de ellos en el Mountfield National Park. El equidna trata de escabullirse en el bosque, pero no es demasiado rápido, así que se queda quieto, formando un ovillo espinoso. No puedo fotografiarlo por la falta de luz, pero me quedo con ese momento.
El equidna |
El viaje por la fauna australiana no se detiene, y me lleva al más raro de los mamíferos, el ornitorrinco, una síntesis de pato (pico), cuerpo de castor y patas de nutria, ponedor de huevos, y con un espolón venenoso. Lo encuentro en cautividad en Launceston y, unos días después, peregrino a Yungaburra, a miles de kilómetros de allí, en el estado de Queensland, para verlo en libertad.
Ornitorrinco en cautividad |
Ornitorrinco en libertad |
Y, para mi propia sorpresa, lo consigo. No me hubiese emocionado tanto si hubiese encontrado un león en la sabana africana. En ese remoto pueblo de las Table Lands, me siento como si hubiese descubierto un pequeño unicornio, y recorro un arroyo arriba y abajo mientras soy testigo de las idas y venidas del mamífero más extraño del mundo, que desconcertó tanto a los naturalistas europeos que tardaron décadas en entender que no era un fraude.
También en las Table Lands, en el Lago Mitchell, no lejos de un pueblo llamado Mareeba, en la puerta del Outback australiano, tengo mis primeros encuentros con emúes. En la cabaña junto al lago me explican que son muy amigables, pero no podía imaginarme que lo eran tanto...
Son avestruces feas y estrambóticas, que pueden correr a 50 km por hora, y a las que me acerco con cautela, confiado en que retrocederán. Para mi sorpresa, no sólo no retroceden, sino que se acercan hacia mí como si buscasen mis caricias o mis besos. Y creedme, esos pajarracos intimidan y, por muy amigables y simpáticos que sean, quien retrocede soy yo. Aunque, de tan feos que son, hasta resultan entrañables.
El simpático emú |
Siguiendo mi ruta por Queenlands, llego hasta Innisfail, donde descubro el Cairns Johnstone River Crocodile & Animal Park. Hay cocodrilos escalofriantes, que son alimentados por cuidadores suicidas, y tiernos wallabíes a los que puedo dar de comer. Tener un canguro frente a frente, aunque sea enano, es Australia.
Cocodrilo alimentándose |
Alimentando a un wallaby |
Un wallaby y un campeón del mundo |
Y el tema no se acaba aquí. Dingos, casuarios... la fauna de la isla-continente no deja de sorprenderme. Mi último regalo llega en el lugar más inesperado, el centro de Sydney, donde encuentro unos pájaros blancos que me retrotraen a la antigüedad, al Egipto de los faraones: son ibis blancos, parientes de los ibis sagrados africanos, venerados por los antiguos egipcios como el símbolo de Tot, dios de la sabiduría, la escritura, la música, los conjuros, hechizos mágicos y la luna.
El ibis blanco |
Decididamente, para los naturalistas, llegar a Australia fue descubrir el Santo Grial.
Que chulos había algunos que no conocía. Están todos en parques o también se ven en libertad?
ResponderEliminarHola, Eider: vi en libertad emúes, ornitorrincos, un equidna, decenas de wallabíes y varios wombats. Si vas con un poco de tiempo, probablemente los veas todos (creo que el más difícil de encontrar es el diablo de Tasmania, no quedan muchos). En Australia la relación entre el hombre y la naturaleza es mucho más fácil que en Europa. Gracias por el interés!
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