No traicionar es perecer: es desconocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia.
Esa frase del preámbulo del libro resume gran parte del mensaje de los autores de "Elogio de la traición". Mediante una combinación de ejemplos históricos y otros relativamente actuales -el libro fue publicado en 1988-, los autores explican cómo la traición en la política es uno de los motores de la Historia.
Según el ensayo, el Rey Juan Carlos I traiciona a quien lo nombra heredero, el General Francisco Franco, para asesinar la dictadura y propiciar la llegada de la democracia en España. Ronald Reagan, convencido anticomunista, traiciona sus ideales para conseguir un mayor acercamiento a la URSS dirigida por Mijail Gorbachev, quien a su vez traiciona los principios del régimen al que sirve -el ensayo se escribe en la época de la perestroika-. El libro desglosa otros ejemplos de traidores, entendiendo como tal a hombres que la Historia ha calificado como grandes estadistas: De Gaulle, Mitterand, Bismarck...
La gran aportación del ensayo es, sin duda alguna, desdramatizar la traición como herramienta política, y poner de relieve cómo en las democracias -en las que los gobernantes están sujetos a la voluntad de sus votantes- aferrarse a una postura dogmática y renunciar a ser flexible significa perecer políticamente.
El ensayo peca de una reiteración excesiva de la misma idea, y de obsesión por calificar a todas las reformas como traiciones y a todos los grandes líderes de traidores. En realidad, muchas de las traiciones que denuncian los autores no dejan de ser manifestaciones del pragmatismo político que ha adquirido una fuerza inusitada en el siglo XX y que impera en el XXI.
En suma, estamos ante un ensayo alrededor de esa palabra maldita llamada traición, que desarrolla esa frase que Maquiavelo convirtió en piedra angular de la política universal: el fin justifica los medios. No obstante, recurriendo una vez más a Miguel de Unamuno y su sentencia histórica -hay cosas que se olvidan de puro sabidas- nunca hay que perder de vista que la traición es un arma que siempre será utilizada en las relaciones humanas, y en especial en la arena sangrienta y turbia de la política.
Según el ensayo, el Rey Juan Carlos I traiciona a quien lo nombra heredero, el General Francisco Franco, para asesinar la dictadura y propiciar la llegada de la democracia en España. Ronald Reagan, convencido anticomunista, traiciona sus ideales para conseguir un mayor acercamiento a la URSS dirigida por Mijail Gorbachev, quien a su vez traiciona los principios del régimen al que sirve -el ensayo se escribe en la época de la perestroika-. El libro desglosa otros ejemplos de traidores, entendiendo como tal a hombres que la Historia ha calificado como grandes estadistas: De Gaulle, Mitterand, Bismarck...
La gran aportación del ensayo es, sin duda alguna, desdramatizar la traición como herramienta política, y poner de relieve cómo en las democracias -en las que los gobernantes están sujetos a la voluntad de sus votantes- aferrarse a una postura dogmática y renunciar a ser flexible significa perecer políticamente.
El ensayo peca de una reiteración excesiva de la misma idea, y de obsesión por calificar a todas las reformas como traiciones y a todos los grandes líderes de traidores. En realidad, muchas de las traiciones que denuncian los autores no dejan de ser manifestaciones del pragmatismo político que ha adquirido una fuerza inusitada en el siglo XX y que impera en el XXI.
En suma, estamos ante un ensayo alrededor de esa palabra maldita llamada traición, que desarrolla esa frase que Maquiavelo convirtió en piedra angular de la política universal: el fin justifica los medios. No obstante, recurriendo una vez más a Miguel de Unamuno y su sentencia histórica -hay cosas que se olvidan de puro sabidas- nunca hay que perder de vista que la traición es un arma que siempre será utilizada en las relaciones humanas, y en especial en la arena sangrienta y turbia de la política.
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