Tiwanaku, la ciudad sagrada del Altiplano



No tiene sentido. 

Casi cinco siglos más tarde, comparto la perplejidad de las huestes de Pizarro al llegar al Altiplano. ¿Por qué una civilización a 4.000 metros de altura? Y, más extraño aún, ¿qué significa esa ciudad sagrada que se levanta en mitad de la nada, tan cerca del cielo, más de mil metros por encima de Machu Picchu?

El Altiplano, la meseta que comparten Bolivia y Perú, es hoy un territorio hostil para el hombre. El sol y el viento helado abrasan y cuartean la piel, la tierra es árida y poco fértil, y la única fuente de vida es el lago de lagos, el Titicaca, donde la fe indígena sitúa el origen del mundo.

Intento pensar como Pizarro y sus compañeros. Hay algo incomprensible para ellos en esta estepa, un misterio que escapa a la comprensión de los expedicionarios y les inquieta, por lo que se limitan a sembrar en el Altiplano un puñado de iglesias de piedra antes de continuar su marcha enloquecida en busca del sueño de El Dorado. 

A diferencia de muchas otras regiones de América Latina, en el Altiplano apenas hay mestizaje. Sólo los misioneros se quedaron a vivir entre los indígenas, mientras los demás hombres blancos huían de las terribles condiciones de vida que les ofrecía aquella tierra indescifrable. 

Tal vez es por eso que en el Altiplano el tiempo ha seguido un ritmo distinto al del resto del mundo. La llegada de los conquistadores se recuerda como si hubiese sido prácticamente ayer, y los rostros de sus pobladores, que no han mezclado su genética con la de los foráneos, son los mismos que contemplaron a los hombres barbudos que atravesaron sus comunidades siglos atrás.

Y, en medio de tanto misterio, se alza la ciudad sagrada de Tiwanaku.

La puerta del sol
Tiwanaku es un conjunto arqueológico que se encuentra a pocos kilómetros del lago Titicaca, a tan sólo un par de horas en coche desde el centro de La Paz. Me gustaría ser capaz de dar una explicación definitiva de su origen y significado pero, después de mucho leer, no tengo más remedio que dedicarme a especular, porque la arqueología en Bolivia aún está en pañales. 

El origen de la civilización tihuanacota, que eligió por capital esta ciudad hoy en ruinas, se pierde en la noche de los tiempos, huérfano de referencias escritas, y remite, hasta donde puedo deducir, a una de las civilizaciones más remotas y extrañas con las que me he encontrado, los urus, que significa "hombres del agua" o también "hombres del lago". 

Nadie sabe cómo llegaron los hombres a esta meseta aérea, pero hay esencialmente dos teorías principales: una, que provienen de aquellos nómadas que cruzaron el estrecho de Beijing para poblar América de Norte a Sur; y otra, la que sostiene el ya legendario Thor Heyerdal, que llegaron en barcas rudimentarias desde la Polinesia. 

Apelo a mi experiencia personal para tratar de comprender algo. Mientras atravieso el Altiplano, veo rostros casi idénticos a los de los hazaras que he visto en la meseta central de Afganistán (hijos a su vez de los mongoles de Gengis Khan). 


En la ciudad sagrada encuentro un muestrario de rostros tallados en las paredes, cuyo origen no está claro, aunque la lógica parece indicar que es una galería de retratos de monarcas o sacerdotes. Junto a ellos, en una cámara semisubterránea, se alza el monolito del dios barbado, el Kon-tiki de Heyerdal, que también es el dios indígena Viracocha.
El Dios barbado Kon-tiki
La pregunta es simple de formular y difícil de responder: ¿por qué un dios barbudo? En teoría, cuando se creó la ciudad de Tiwanaku, las barbas cerradas eran exclusivas de los hombres europeos. Entonces, ¿de dónde tomó el modelo el escultor del monolito? 

Camino por las ruinas de Tiwanaku, un kilómetro cuadrado de enigmáticas formaciones de piedra, que incluyen los restos de una pirámide. Busco indicios que me den respuestas, pero sólo encuentro nuevas preguntas. 

Pirámide de Tiwanaku
Este lugar, al igual que todo el Altiplano boliviano, necesita un ejército de arqueólogos que se lance a bucear en los misterios que esconde. ¿Es posible que los urus, los hombres del agua, sean los navegantes a los que se refiere Heyerdal? ¿Qué hombre europeo, antes de los españoles, pudieron haber conocido los habitantes del Altiplano? Los vikingos llegaron al Norte de América antes que los españoles, pero... ¿a 4.000 metros, en América del Sur...?



A diferencia de lo que ocurre en Europa, las ruinas, casi vírgenes, aún carecen de las más elementales medidas de protección, más allá de un conjunto de cordeles y un vigilante con un megáfono que abronca a los turistas incivilizados. Hay arqueólogos locales que sostienen que varias piezas han sido traídas de distintas partes del Altiplano hasta Tiwanaku para protegerlas. En un país tan pobre que tiene parte de sus habitantes sobreviviendo como en la Edad Media europea, la arqueología parece una frivolidad escandalosa; más aún, cuando existen numerosos antecedentes de rapiña y robo. 

Sin embargo, en el siglo pasado, hubo una nación que se interesó especialmente por Tiwanaku. Arqueólogos de la Alemania nazi se desplazaron a Bolivia para probar la teoría del mundo helado de Hans Hörbiger, según la cual la Tierra había sufrido una descomunal glaciación a la que sólo habían sobrevivido lugares situados a gran altitud, como Tiwanaku, las comunidades del Himalaya o Etiopía, donde se habían refugiado los nórdicos. 

En esa teoría, que hoy suena disparatada, podría encajar la leyenda del dios barbudo, y también una explicación de esa civilización altiplánica. Los nazis habían planeado una expedición definitiva, que se canceló por el comienzo de la II Guerra Mundial, evitando una vez más que la arqueología -aunque fuese la promovida por los nazis- penetrase en Tiwanaku.



Cerca de la ciudad sagrada, junto a una vía de tren a ninguna parte, se levanta el pueblo de Tiwanaku, en el que destaca una hermosa iglesia que, según la leyenda, ha sido construida con piedras de lo que hoy es el conjunto arqueológico. Sólo se puede entrar aprovechando el tiempo de culto (una vez más, por los robos), pero quien lo consigue, como me ha ocurrido, se encuentra envuelto en un extraño sincretismo de dioses arcaicos, que combinan creencias milenarias procedentes de distintas partes del mundo.

Sobre la entrada de la iglesia destaca la pintura de un Jesucristo con rasgos aymaras, que simboliza a la perfección ese sincretismo.

Iglesia del pueblo de Tiwanaku

En el pueblo, los habitantes miran al viajero como quien observa a un fenómeno meteorológico, sin darle ninguna importancia. Tienen fama de ser hostiles, especialmente con los españoles, pero a mí no me lo parecen. Durante mis viajes por el Altiplano siempre he conseguido entablar conversación con sus habitantes, aymaras recelosos que se muestran agradables cuando logro romper la barrera de la desconfianza. 

Vía a ninguna parte. Tiwanaku


Sin embargo, por más que lo intento, percibo que hay una parte del alma altiplánica que no soy capaz de penetrar. Tal vez en ese alma están escondidas las claves de su existencia, de su origen, de su misterio. 



Me pregunto si esas mujeres y hombres que hoy habitan el Altiplano no se habrán conjurado para ser custodios de un secreto que transmiten de generación y generación y que, como todos los secretos, espera la llegada de alguien que sea capaz de descifrarlo. 



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